lunes, 30 de marzo de 2020

Cuarentena (III)


Cada día, por la tarde, nos saltamos un poquito las normas, para ver qué tal está G. 

Nos ponemos mascarillas y no tocamos absolutamente nada de su casa, por si acaso. Nos plantamos de pie, en medio del salón, y charlamos un poco. L. le manda besos y abrazos en la distancia (el otro día le dijo "cuando esto se acabe, te voy a comer a besos"). 

Como siempre, G. se mantiene entretenida sin necesidad de quemar la TV. 

Está cosiendo gorros y mascarillas para el personal no sanitario que está trabajando en IFEMA, donde se ha montado un hospital de campaña para hacer frente al aluvión de enfermos que ya no caben en los hospitales de Madrid. 

Hoy estaba enfadada, porque en el chat de voluntarias que cosen gorros y mascarillas alguien ha mandado un vídeo ofensivo, con consignas medio fascistas. Lo entiendo perfectamente, porque a mí la mitad de las cosas que me mandan por WhatsApp y que veo en Facebook me dan ganas de invadir Polonia. 

Pero está bien. De salud física, quiero decir. De la otra, está como yo, como un gato enjaulado. 

Ya nos queda menos.

lunes, 23 de marzo de 2020

Cuarentena (II)


Cada día salimos a la ventana, a las 8 de la tarde, a aplaudir. 

La convocatoria inicial era para agradecer a todo el personal vinculado al sector sanitario el enorme esfuerzo que están haciendo para luchar contra el virus. 

A medida que avanzan los días, la impresión es que aplaudimos a nuestros vecinos, por quedarse en casa, y nos aplaudimos a nosotros mismos, por aguantar el confinamiento. Nos jaleamos, algunos ponen "Resistiré" a todo trapo, y luego volvemos a cerrar las ventanas y pensamos "un día más sanos".

La preocupación es enorme. He decidido no ver el telediario, porque se me hace insoportable. También he decidido no hablar con algunas personas que, lejos de tratar de transmitir serenidad, solo me generan alarma. Y me he propuesto no alarmar a los demás cuando hablo con ellos.

Un día más sanos.


jueves, 19 de marzo de 2020

Cuarentena


Desde hace 9 días, los colegios y universidades de Madrid están cerrados. Desde hace 6 días, está vigente el estado de alarma decretado por el gobierno y no podemos salir a la calle salvo para comprar alimentos o medicinas. 

Un virus nuevo, muy contagioso y potencialmente peligroso para las personas con problemas respiratorios, ha provocado la mayor crisis sanitaria, y probablemente económica, que hemos vivido hasta ahora las personas de mi generación (y las más jóvenes).

Por ahí se dice que esto es lo más parecido a una guerra que nos va a tocar vivir. Como no tenemos bola de cristal, no sabemos si será verdad, pero lo cierto es que de la sensación de irrealidad de los primeros días -durante los cuales nos tomábamos las normas un poco a nuestro gusto-, hemos pasado a la estupefacción y al miedo a golpe de titulares. Bueno, y de WhatsApp. Llegan cientos de mensajes cada día. Muchos humorísticos, que nos ayudan a relajarnos por unos segundos. Otros informativos, contando la cantidad de gente infectada que hay en los hospitales madrileños -que están saturados-, la cantidad de gente que muere -muchas personas mayores con sistemas inmunológicos debilitados, pero también otros más jóvenes y sanos- y la cantidad de recursos que los gobiernos van a tener que poner sobre la mesa para compensar la brutal caída de la actividad económica que está provocando el cierre de toda la actividad comercial.

Encontrar papel higiénico es difícil. Y arroz. Y zanahorias. Pero de momento tenemos de todo y estamos tranquilos en casa. 

Hoy hemos tenido que salir al ortodoncista porque a L. le había salido un objeto no identificado en la encía, junto a los brackets. La carretera estaba vacía. Las calles de Madrid estaban vacías. Hay muchos autobuses, porque el transporte público sigue funcionando para permitir desplazarse a las personas que siguen trabajando. Pero iban todos vacíos, sin excepción.  

Miramos de reojo, sin querer darle aún la importancia que tiene, a las noticias que llegan de China y EEUU, donde parece que están comenzando los ensayos clínicos de una vacuna. Mientras tanto, vamos perdiendo la cuenta de los lavaplatos que hemos puesto ya. 


lunes, 2 de marzo de 2020


¿Te lo digo en chino?



J. está harto de que su hermana le moleste mientras juega a Playmobil. Le pide que se aparte,  pero ella persiste. Al final, aburrido, le dice "E., ¿te lo digo en chino?¿o en Hawaii?"

Dibujando princesas


Ayer pasamos buena parte de la tarde dibujando. Extrañamente, no pintamos ningún unicornio. El tema del día fueron  las princesas. Las de Frozen, para ser más exactos.

A: "¿Qué tiene Elsa?"  
E (4 años): "Una cabeza". Y la pinta.
A: "¿Y qué más?", señalando la trenza.
E: "La coleta"
A: "¿Y qué más?", señalando el vestido y el cuerpo.
E: "Las tetinjis"

Dublín es Madrid en inglés


Varias veces he estado cerca de meterme en un avión que no era el mío. Una de ellas, ya en el autobús que nos llevaba hasta el avión que debía llevarme desde Milán a Madrid, comencé a escuchar "¿Ana Herrero?, ¿Ana Herrero?". Como no concebía que me llamasen a mí, pensé que era tan egocéntrica que escuchaba mi nombre en medio de un aeropuerto de otro país. Resultó que no tanto: me buscaban porque había pasado un counter que no era el del vuelo que debía llevarme a Madrid, sino otro diferente.

Otra vez me pasó algo parecido, aunque no llegué a recorrer todo el finger hasta el avión, cuando trataba de volver a Madrid desde Barcelona.

La última ocasión tuvo lugar cuando L. (con 6 años más o menos) y yo volvíamos de Luton a Madrid, después de ver a unos amigos que viven por allí. Llevábamos un buen rato en la cola infernal de Easyjet, cuando L. me preguntó "Mamá, ¿Dublín es Madrid en inglés?". Para Dublín que nos íbamos. Y yo convencida de que en la pantalla ponía "Madrid".