jueves, 31 de agosto de 2017

Ideas prácticas


Mi abuelo siempre andaba pergeñando ingenios que le hicieran la vida más fácil. O más difícil, pero distinta. Como ya os conté, no solía ponerse malo, muy a su pesar. Pero algún catarrillo sí que caía de tanto en tanto. En uno de esos, le desesperaba quedarse dormido con la boca abierta -por la congestión- y despertarse con esa sensación reseca que no nos gusta a nadie. Al fin, se le ocurrió cómo evitarlo: le pidió a mi abuela que le atara un pañuelo a la cabeza, sujetándole la mandíbula bien fuerte, para impedir que la boca se abriera involuntariamente.